28 de Marzo, 2024
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Política

Lamentos, fama y angustias en juicio por la ruta del dinero K

Martín Báez, hijo del empresario, dijo que le “destrozaron la vida”.

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 Fabián Rossi, que pagó con un divorcio. La teoría del contador de Lázaro que une a Lanata y Paul Singer y el zoom del financista Federico Elaskar desde la cocina.

 
La imagen que arroja la pantalla lo dice todo. Ya no hay máquinas para contar millones de dólares en fajos, ni bolsos repletos de billetes que aguardan su turno. Tampoco hay whiskys importados, ni habanos cubanos, como en la pequeña oficina de SGI, la financiera de Puerto Madero que todo el país conoció como La Rosadita.
 
Pero sí coinciden los protagonistas, que ya no ríen mientras los captura en video una cámara de seguridad. Ahora sus rostros están pálidos y se muestran quebrados mientras son filmados. Todos están libres en alguna oficina perdida con aspecto de microcentro porteño, con decorados que no dicen nada o bibliotecas medio vacías. Todos excepto uno.
 
 
Martín Báez, el hijo del empresario Lázaro Báez, emblema de la prosperidad instantánea que representó la obra pública en las gestiones de Néstor y Cristina Kirchner, mira fijo a la cámara. Tiene el pelo corto y el semblante perdido. En el cuadradito del Zoom, que está siendo transmitido en vivo a través de YouTube, sobre el margen inferior izquierdo, dice "Unidad 31". El heredero del emporio de Austral Construcciones está preso.
 
Solo él sigue encarcelado por la causa que investiga un gigantesco mecanismo para lavar dinero sucio: casi 60 millones de dólares en la denuncia de corrupción denominada “La ruta del dinero K”, que destapó el programa de Jorge Lanata en 2013, hace ya 8 años. Su alegato final es corto: dura poco más de un minuto.
 
Micrófono en mano, el hijo de Báez se declara inocente. “No soy ni mafioso, ni delincuente, soy una persona común”, dice, vistiendo una remera celeste, jogging Adidas azul, zapatillas negras y ya sin la cabellera recogida que mostró en las audiencias judiciales antes de la pandemia.
 
-Buen día señores jueces, yo solo quería aclarar unas cosas y bueno... Soy una persona honesta, fui y soy buena gente, y actualmente con la vida destrozada. Espero poder habido explicar que no hice lo que las querellas intentaron acusarme. No soy ni mafioso ni delincuente, soy una persona común. Que trabajó en la empresa de su padre, empezando y aprendiendo -empieza el descargo de Martín Báez.
 
No improvisa, lee nervioso. “Confío en la sensatez y buena fe del tribunal, aunque sinceramente estoy desde todo punto de vista socialmente condenado. Espero que después del tormento de tantos años, se haya podido aclarar que ninguna de las imputaciones son verdaderas, aunque ya no tenga reparación tanto daño. Excelentísimo tribunal, ruego apliquen la ley y me absuelvan porque no he cometido ningún delito y solamente me interesan mis hijos”.
 
Y así termina. Su descargo dura apenas 80 segundos. Minuto y veinte para esgrimir su defensa, ocho años después de la primera denuncia contra su familia y a pocos días de cumplir dos preso, por haber transferido más de 5 millones de dólares a una cuenta en Bahamas, según denunció la Unidad de Información Financiera (UIF).
 
Pero el mayor de los hijos del empresario K no fue el único que habló en la audiencia del Tribunal Oral en lo Criminal Federal 4. La mayoría de los imputados, varios del escandaloso video de La Rosadita, volvieron a mostrarse públicamente.
 
El contador Daniel Pérez Gadín fue el que más se explayó, pero también lo hicieron Fabián Rossi, ex marido de Iliana Calabró que culpó a la causa judicial por su divorcio; Federico Elaskar, el financista que le vendió su empresa a los Báez; el empresario Carlos Molinari, que pagó el casamiento de Leonardo Fariña, -arrepentido en la misma causa- con la vedette Karina Jelinek, entre otros.
Pérez Gadín: Lawfare, Lanata y Fondos Buitre
 
Daniel Pérez Gadín, el contador que tomaba whisky junto a Martín Baez, está irreconocible. Más gordo, con barba blanca y lentes, su figura dista de ser aquella de 2013, cuando Austral Construcciones era una empresa en apogeo. Solícito, agradece al tribunal por haber suspendido su participación en la audiencia previa porque se sentía mal.
 
 
 
-Por las dudas me hice un hisopado, porque a pesar de hacer cuarentena, los síntomas eran complicados -dice, para descontracturar el comienzo del que sería el más extenso alegato del día.
 
Más de 40 minutos en los que el contador explicará cómo entró a la empresa de Lázaro Báez y qué hizo en ella para terminar denunciando lawfare y una suerte de complot entre fondos buitres, Paul Singer, Jorge Lanata y la Justicia en su contra.
 
“Cuando el señor Báez me contrató, fue para capacitar a sus hijos en el uso de técnicas de gestión moderna”, insiste para remarcar que su rol fue uno y solo uno: darle sesiones de coaching a Martín Báez. “En esa gestión hicimos innumerables cursos de capacitación. Sin ninguna duda, Báez quería que Martín creciera en la organización, participó de muchas reuniones y yo participé con él”.
 
Confiesa que sabía que los Báez estaban en el ojo de la tormenta, pero que habían sido sobreseídos. “Era inimaginable que ese grupo tuviera problemas económicos o jurídicos”, se excusa.
 
Con el remanido argumento del lawfare, Pérez Gadín cree poder explicar la causa que lo tiene como imputado junto a los que la justicia define como una asociación ilícita destinada a lavar dinero. El concepto fetiche del manual kirchnerista para reinterpretar las acusaciones de corrupción -inexistente cuando se destapó este escándalo en 2013- es para él la explicación a todo. Con retroactividad.
 
“Hoy nos queda claro, por qué apareció ese periodista", declara y mira a cámara en su laptop. Y arremete: "Se sabe que ese periodista, para inventar lo de la ruta del dinero K, fue financiado por Paul Singer en el momento en que el país se negaba a pagarle a los fondos buitres. Empieza todo, no buscando lavado de dinero del señor Báez, empieza tratando de involucrar a la expresidenta de la Nación, hoy vicepresidenta”, sigue y suma a su argumentación errática que, tras el cambio de Gobierno, la causa de los Báez y la muerte de Nisman fueron utilizadas para “manipular la opinión pública”.
 
El contador repite para dar énfasis: “éste es un caso típico de lawfare, iniciado por medios concentrados mediáticos (sic), financiado por los fondos buitres, secundado por las innumerables y frenéticas denuncias presentadas por diputados que hacen de eso su profesión”, dispara. Se lleva un párrafo aparte Elisa Carrió, a la que sin nombrar aduce como “una diputada que ha acusado al Presidente de querer envenenar a los argentinos”, en referencia a la presentación judicial de diputados de la Coalición Cívica por la falta de información sobre la vacuna rusa Sputnik V.
 
Pérez Gadín respira profundo y se toma las manos. Dedos entrelazados, mirada otra vez al lente. “Este tipo de hechos es lo que hubo que soportar en la Argentina de los últimos años; lamentablemente lo pagué con prisión”, lanza, desde el domicilio donde cumple arresto por el beneficio que lo otorgaron para abandonar la cárcel en medio de la pandemia por ser paciente de riesgo.
 
“Leí el otro día en un libro que estar preso es estar muerto. Es muy parecido, yo revivía un par de veces por semana, un par de horas, cuando recibía la visita de mi familia, el resto era lo mismo que estar muerto", filosofa en el final de su declaración, como antesala para recalcar su consideración de inocencia: "Estoy convencido de que no cometí ningún delito ni siquiera de manera accidental, mi conducta no fue dolosa”.
 
 “Para las querellas soy culpable, la mayoría ha renunciado, no se quedaron a ver el final”. El que habla ahora es Federico Elaskar, la persona cuyo testimonio -junto al de Leonardo Fariña- dio inicio a la Ruta del Dinero K. El financista, que llegó a decir que Cristina Kirchner era “la lavadora número uno” en el esquema Báez, ahora no menciona a políticos. Ni oficialistas ni opositores. Elige showbusiness
 
Dice que él solo vendió una financiera, SGI, y que nunca se la terminaron de pagar. “Lo único que se pudo probar es que compraron mi empresa. El señor Fariña compró un montón de cosas. Leonardo le ha comprado un departamento a Cecilia Bolocco, le ha comprado una Ferrari a Mauricio Filiberti (el empresario conocido como "Mister Cloro" que fue noticia días atrás por su ingreso a Edenor), le ha comprado un campo a (Juan Carlos) Schiappa de Azevedo. No veo ninguna de estas tres personas procesadas en un juicio oral y público”, se defiende desde una cocina.
 
Detrás suyo hay movimiento. Una mujer en un momento abre una heladera. Después mueve un tender mientras Elaskar continúa intentando convencer de su inocencia en su alegato final. Típica escena de justicia en tiempos de Zoom; ya un chatarrero a los gritos había obligado a un cuarto intermedio durante una audiencia en agosto.
 
“No puedo ser miembro de una asociación ilícita cuando estaba a miles de kilómetros, no puedo decir aterrado, pero sí que estaba en lo que siempre fue mi país, Estados Unidos, donde crecí y me formé académicamente", dice y reafirma: "A siete mil kilómetros, cruzándome amenazas porque no me pagaban, eso habla por sí solo”.
 
Elaskar tira chistes. Por momentos, habla por teléfono, fuma, se para. “Estoy con mucho trabajo y siento que mi vida va cada día más hacia la normalidad. Soy total y completamente inocente del hecho: quiero seguir con mi vida y recuperar el tiempo perdido”, concluye.
 
Otro humor es el de Fabián Rossi, el ex marido de Iliana Calabró. “Cuando esto empezó en 2013, en mi vida cayó una bomba, nada fue igual. Una familia arrasada, amistades, parientes, una vida social destruida, ni hablar de la vida laboral. Mis clientes de gráfica, con los que trabajaba hace treinta años, no me querían ver ni cerca. Tuve móviles de canales de televisión en la puerta de casa por meses. Esto que parece algo mínimo, de color, créanme que no es así, es algo muy doloroso, molesto, tortuoso. Los chicos, el colegio, salir a hacer las compras, salir un rato... se hizo imposible seguir así”, explica Rossi, sobre la ruta de su divorcio.
 
Acostumbrado a codearse con famosos, a reírse a carcajadas en programas de televisión y a formar parte de una suerte de jet set del primetime de la época, “El Rossi”, como se lo conocía, ya no es. Cuenta que su vida se destruyó.
 
“Periodistas que trabajaban conmigo, que compartían temporadas, programas de TV y demás, amigos... pasaron a ser personas hostiles y hasta acusadores”, se lamenta.
 
Rossi sostuvo que nunca tuvo relación con Lázaro Báez y Daniel Pérez Gadín. Su estrategia es ser víctima de la fama. “Yo no los conocía; sí se ha demostrado quién era la persona que tenía estrecha relación, que hasta ha dicho por él mismo que pertenecían a la misma banda, pero esa persona no garpaba en los medios, no garpaba periodísticamente porque no tenia perfil mediático. Mis dientitos garpaban”, repite enojado que supo declarar que su función en La Rosadita era "ir al supermercado y servir café".
 
Distinta es la historia de otro imputado que igual asegura no tener nada que ver. Se trata de Carlos Molinari, que habla frente a una biblioteca de madera que lleva sus iniciales grabadas. “Tengo un hijo de 8 años y quiero que él vea esto. Dicen que los hijos vienen con un pan debajo del brazo, lamentablemente el mío vino con un juicio”, bromea.
 
No es Rossi. Molinari dice que él no perdió familia, ni amigos, ni socios. Que no tuvo condena social, que no lo insultan por la calle. Su único pecado fue haber pagado un casamiento. No cualquiera: el de Leonardo Fariña y Karina Jelinek.
 
“Siento que he sido condenado durante ocho años, de la noche a la mañana, a través de la prensa, y en una situación farandulesca que exhibió este juicio por un motivo principal: el pago de un casamiento. Mi única pretensión es poder dar vuelta la página”, argumenta.
 
“No era la persona de confianza de Lázaro Báez”
 
Avanzan los minutos, otros imputados alegan su inocencia, agradecen a sus abogados, al tribunal y nada más. Jorge Chueco los mira a todos mientras juguetea con el celular en una oficina en la que todas las repisas están vacías.
 
La mayoría se expresa de manera tranquila, salvo Claudio Bustos, que está nervioso. Le cuesta mirar a la pantalla. Respira agitado y cierra fuerte los ojos. Consignado como uno de los hombres de confianza de Lázaro Báez, niega serlo. Apela a conmover:
 
-Quiero recalcar que no tuve participación ni movimientos con las cuentas bancarias del exterior, ni ningún beneficio; al contrario, toda esta situación me perjudicó a nivel personal, familiar y económico, más considerando mi situación donde lamentablemente me ha tocado afrontar la discapacidad de dos hermanos y contribuir al sostenimiento de mi madre que es muy mayor.
 
Bustos, como todos, está convencido de su inocencia y niega, como todos, vínculos con el empresario santacruceño. Los alegatos son un muestrario de estilos de argumentación.
 
La causa es otra cosa. Allí figura que Bustos era uno de los autorizados para ingresar a la financiera SGI, donde se manejaron millones de dólares y euros que muchas veces provenían del sur. Fariña así lo declaró.
 
El juez Sebastián Casanello también lo dejó por escrito al explicar el funcionamiento de una maniobra con títulos de deuda pública, reingresados al país en una cuenta bancaria de Austral Construcciones, en la que hubo nueve cheques por $208.840.876, endosados por Jorge Chueco -como apoderado de Helvetic- y depositados por Eduardo Larrea y Claudio Bustos en nombre de Austral.
 
El veredicto
 
La semana próxima habría veredito en la causa. La fiscalía reclamó 12 años de prisión para Lázaro Báez -detenido desde junio de 2016-. Para sus hijos también: 9 para Martín, 5 años para Leandro y 4 años y seis meses de cárcel para Melina y Luciana. Sus defensa pidieron la absolución.
 
El representante del Ministerio Público Fiscal también pidió penas para el contador Daniel Pérez Gadín (8 años), el abogado Jorge Chueco (8 años), el valijero arrepentido Leandro Fariña (5 años), y el financista Federico Elaskar (4 años y seis meses de prisión).
 
Las querellas de la Oficina Anticorrupción, la AFIP y la Unidad de Información Financiera también pidieron condenas de prisión efectiva. En la causa, ya no queda lugar para más palabras.
 
 
 
Fuente: CLARIN / Por Pablo Javier Blanco